Cuando la miembro del World Rugby Hall of Fame Anna Richards fue excluida del equipo de céstobol de Canterbury por su entrenadora Kay O'Reilly, recibió un llamado que le cambiaría la vida.

El marido de Kay, Laurie O’Reilly, era su profesor en la University of Canterbury.

“Al quedar afuera, tenía los domingos libres y Laurie me convenció de ir a ver rugby, que la forma que él convencía para que jugáramos," le cuenta Richards a World Rugby.

“Fui a ver un partido y terminé jugando. Era muy bueno reclutando y juntando jugadoras de otros deportes. Su gran amor, era, obviamente, el rugby.

La experiencia de Richards no era atípica - de las 26 jugadoras que viajaron a Gales para representar a Nueva Zelanda en la primera Rugby World Cup femenina en 1991 bajo la conducción de O'Reilly, al menos un tercio había tenido un recorrido similar.

“Era muy bueno eligiendo chicas que podrían ser buenas jugadoras," agrega Richards. "Varias del equipo del '91 venían del céstobol, hockey, fútbol y otros deportes." 

“Era como un criador de caballos...y buen selector de jugadoras."

Defensor del rugby femenino

O’Reilly fue un "defensor sin temor del rugby femenino," tal como lo describieron en su funeral, tras fallecer de cancer en 1998. Su pasión por el rugby se hizo particularmente evidente en el rugby femenino.

Un muy respetado abogado de familia en Christchurch, O’Reilly trabajó como Comisionado de la Niñez entre 1994-1997, logrando mucho en sus 55 años.

Su trabajo como profesor universitario, además, lo puso en contacto con una generación de jóvenes mujeres buscando un deporte para hacer.

Su agenda telefónica, engrosada por su profesión y su carrera con entrenador del equipo masculino de la University of Canterbury, le ayudaron a tener un rol clave en el crecimiento del rugby femenino a nivel local e internacional.

“Laurie tenía un enorme amor por el rugby y tenía ojo para elegir las chicas," dijo Richards.

“Tenía mucho entusiasmo y era grandioso en el aspecto técnico. Dio mucho de su tiempo para promocionar el deporte."

“Era también un reconocido abogado. No le sobraba el tiempo pero siempre podía conseguir las cosas. Su casa estaba siempre abierta para la comunidad de rugby. Nos solíamos reunir en su casa para hablar de rugby y visitar su heladera."

Legado

En 1988, O’Reilly entrenó a las Crusadettes — con Richards — en una gira por Estados Unidos y Europa, eligiendo un año más tarde el primer equipo neozelandés para un partido femenino. 

O’Reilly también fue parte clave en la organización del RugbyFest 1990 en Christchurch, un festival femenino internacional con equipos de Holanda, Estados Unidos y la URSS.

Japón tenía un equipo en la competencia de clubes; a través de O'Reilly, los organizadores de la primer Rugby World Cup femenina pudieron contactar a las mujeres japonesas. De hecho, algunas sugerencias del abogado fueron tenidas en cuenta por los organizadores.

Carol Isherwood, que había pasado por la casa de los O’Reilly durante una gira de Richmond en 1989, describió al neozelandés como un "luz guía del rugby femenino."

“Hizo mucho por el rugby en aquellos días," recuerda Isherwood.

Nueva Zelanda cayó en semifinales de aquella primera Rugby World Cup, 7 a 0 en un partido físico ante ante Estados Unidos en el Cardiff Arms Park.

Fue gracias, en parte, al trabajo de O'Reilly, que el equipo pudo usar el helecho plateado, señal inequívoca del rugby neozelandés.

Habiendo decidido no competir en el siguiente torneo en Escocia tres años después, las mujeres neozelandesas pudieron obtener su primer título mundial en Ámsterdam, 1988 - cuatro meses y un día después del fallecimiento de O'Reilly.

El legado del entrenador sigue presente en la actualidad ya que los partidos entre las Black Ferns y las Wallaroos de Australia se juegan con el Laurie O’Reilly Memorial Trophy en disputa. 

Es un merecido tributo para una personalidad destacada cuyo "gran amor" fue el rugby.

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